Entender que los vínculos afectivos que creamos con nuestros hijos no son inalterables. En las relaciones humanas, estos vínculos, pueden ir cambiando según el contexto social, la familia, el momento de vida y la persona con la que surja la relación (mamá, papá, abuelos o otros cuidadores habituales).
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Ajustar las expectativas a la edad y al nivel de maduración del niño, para no frustrarnos al esperar lo que no debemos. Debemos adaptarnos al ritmo del niño, no el niño debe adaptarse al ritmo del adulto. Destacar especialmente en este apartado que debemos entender el comportamiento de nuestro hijo desde un nivel más instintivo/emocional, que no racional.
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Estar disponible para ofrecer seguridad y cuidado satisfaciendo las necesidades en todo momento, ya que con la personas que se vinculará será con aquella que esté presente para realizar los cuidados necesarios.
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Generar confianza a través de una coherencia en el comportamiento de los padres como modelo de conducta y cumpliendo las promesas realizadas.
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Invertir tiempo de calidad (no necesariamente cantidad) en jugar, ver dibujos/película, comer/cenar juntos sin distracciones, leer un cuento, etc.
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Marcar un rol claro padre/madre (autoridad y afecto). Un padre o madre jamás será un amigo.
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Estar dispuesto a escuchar atentamente lo que nos cuentan, por muy banal que nos parezca, porque para ellos es muy importante.
8
Expresar nuestro afecto abiertamente, con gestos, palabras, besos y abrazos.
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Marcar límites y normas, ya que ofrece una línea que seguir dando seguridad.